DICCIONARIO DE MITOS Y LEYENDAS

Creencias populares y santos milagrosos

  BRUJO

También llamado: Calcu, pelapecho, flechero, macuñero, mal cristiano, mágico, mentado.

Hechicero que ejerce dominio sobre la naturaleza a través de prácticas mágicas. Estarían insertos en una organización mayor que los respalda. Entre 1880 y 1881 fueron procesados por integrar una secta -la Recta Provincia- a nombre de la cual habrían cometidos diversos crímenes. Esta cofradía que, al parecer, ya tenía un siglo en esa fecha, surgió como resistencia organizada contra sus amos: el encomendero español y todo el sistema que lo respaldaba.

La facultad más extraordinaria es que pueden volar. Remontan los espacios gracias al poder de su chaleco o macuñ. Esta maquinita para volar ha sido confeccionada con la piel del pecho de un cristiano, de preferencia mujer. Por esta razón les llaman despectivamente pelapechos. Este virtuoso corpiño adquiere vida una vez colocado, advirtiendo la presencia del peligro con un gritito e iluminando el camino mediante una luz blanquecina-azulada.

Otro instrumento de los brujos, pero al alcance sólo de la mayoría  de Quicaví, es el challancoque viene a ser como un circuito cerrado de televisión o el equivalente a la bola de cristal de los adivinos y permite ver a distancia.

Pero el brujo no sólo vuela; también tiene la facultad de transformarse en cualquier animal, pero de preferencia en perros negros y aves. Nadie sabe cómo lo logran, pero las historias más comunes nos hablan de ello. Los chilotes nos admiramos de estas cosas y les tememos a los maleficios que ellos provocan, a veces por cosas sin importancia. Al parecer son muy sensibles.

La gente habla del mal malo, del flechazo, de largar un coigüae o un llancazo o simplemente deenyerbar. El daño lo provoca el brujo sajando, es decir, infiriéndole cortes o laceraciones superficiales a su víctima, sin que ésta ni quienes la acompañan adviertan la acción. Pero no siempre el brujo castiga con crueldad. A veces se burla de los limpios confundiéndolos en un camino; haciendo que todo el día den vueltas en el mismo sitio; o bien visitan por las noches a quienes les han ofendido y los aplastan en sus camas, sin que éstos puedan moverse. 

Véase: macuñ.

Historia de brujos

LA NOVIA

Fredy había salido de su isla para venirse a vivir a la Costa. Con su abuelo había aprendido la carpintería de ribera, pero de nada le valía porque si hacían un bote al año no hacían dos. Con esto de la pesca, muchachos de Tenaún lo entusiasmaron para emigrar. Y mal no le estaba yendo. Más  aún, ya tenía palabreada a una chica de las vecindades para casarse. Los padres de ella lo habían aceptado de muy buenas maneras.

Pero algo en la familia lo entró a preocupar. Había días que se pegaba la larga caminata a la casa de su prometida y la encontraba cerrada.

_“Fuimos a visitar a unos compadres”, era la disculpa más común, o bien:

_“Aprovechamos la tarde para suplicar gente para la minguita de destronque que queremos hacer”.

Fredy se confundía con esta irregularidad en su relación y, en más de una oportunidad, sintió celos. Se había percatado que estas ausencias, si no eran los martes eran los viernes. Así que uno de esos días dejó temprano el trabajo y se las enveló donde los Chiguay. Sus compañeros burlescos le dijeron:

_”No olvides de llevar tu macuñ, chico, que lo puedes precisar”. Con  esto hacían alusión a cierta nombrada de brujo que le corría al suegro futuro de Fredy. El salió riendo.

_“Al menos están en su casa”, pensó el novio cuando observó que de la cocina-fogón salía abundante humo. Se acercó por atrás  y miró por las rejillas de la ventana. Su novia se movía de un lado a otro con distintos preparativos. Había un caldero al fuego, artesas con alimento, ollas... Abrió la hoja superior de la puerta, apareciendo en medio del humo del fogón.

_Más vale llegar de colle que perderse la fiesta ...

La sorprende Fredy, haciendo alusión a que llegaba sin ser invitado a lo que tenía trazas de ser una celebración.

_¡Y esta fiura, de dónde apareció!, exclama su novia.

_Para que veas el olfato que me gasto, le agrega, deleitándose con los olores que salían de las ollas.

En ese momento los dueños de casa se aproximan con su yunta. Se saludan cariñosamente, pero también algo sorprendidos.

_¿Andaban rastreando?, indica el muchacho.

_¡Idiae! Sacando unos palitos del roce. Y a ti, ¿te largaron temprano?

_Por cierto don Remigio. Quería hablar con ustedes por lo del casorio, miente piadosamente el muchacho.

Se mira con su mujer y entran al otro cuerpo de la casa, no sin antes invitarlo a pasar. El continúa en la puerta de la cocina, parloteando con su novia, quien se mueve acaloradamente atizando el fogón y destapando ollas. En eso, llaman a la chica. Ella se introduce a la casa por un pasillo interior.

 Vuelven los tres, sin dilatarse mucho, y es su suegro quien ceremoniosamente lo hace pasar a la sala, sirve un traguito de aguardiente y le expone:

_Fredy: usted a cuenta ya es nuestro yerno, el hijo hombre que no hemos tenido, y queremos sincerarnos enteramente con usted. Habrá reparado que hay preparativos en la cocina y es porque un rato más nos dirigimos a una fiesta. A una fiesta muy especial y quisiéramos que usted nos acompañe. Le pedimos -si va con nosotros- completa reserva de lo que allí vea y oiga. Por ahora no queremos adelantarle nada más.

La novia estaba en un rincón, algo amurrada y con cara de sumisa complicidad. El se sentía tenso, atrapado, no sabía qué decir. El aguardiente le quemaba la garganta, tanto como la curiosidad.

_Yo le agradezco -titubeó- la confianza que tienen conmigo y no los voy a defraudar. ¡Vamos a esa fiesta!

Entre dos luces se internaban en el monte cargados con la comida que habían preparado. Nadie más habló del asunto, excepto su novia que le recomendó al oído:

_No vayas a nombrar ni a Dios ni a sus santos cuando estemos adentro. Ni se te ocurra codiciar alguna cosa de las que hay adonde vamos... y te la vayas a llevar.

Tomaron unos caminitos angostos y maltrechos. Los árboles se fueron agrandando. Lo que Fredy sí condiciaba eran las hermosas cuadernas y palos chuecos que tanto apreciaban los constructores de embarcaciones marinas. Le comentaba al suegro, pero éste lo evadía.

_Difícil entrar a estos montes... y más difícil salir, le agregó, cuanto éste insistió mucho.

Iniciaron un descenso hacia una quebrada. A esas horas ya prácticamente era de noche, pero el sendero mantenía una iluminación suficiente como para caminar. Atravesaron un bullicioso río, sobre un puente de un palo, un cui-cui. Sin darse cuenta avanzaban por una especie de pasillo que las ramas cubrían en la parte superior. Escucharon música y su senda era un verdadero túnel que no ascendía la otra falda de la quebrada, sino que se introducía en la montaña. De tramo en tramo había mecheros alimentados por una grasa muy hedionda. A Fredy le parecía irse introduciendo en una pesadilla, con candiles nauseabundos. Se detuvieron. Chiguay se adelantó y a unos metros gesticulaba, en una extraña lengua, con una silueta grotesca que, al parecer era el portero.

A un seña de Chiguay el grupo se acercó y el portero comenzó a dar unos saltitos, mientras entreabría la puerta. Era una persona muy deforme, con una pierna que se le doblaba hacia atrás, contra el espinazo. Tenía el pelo y la barba muy larga y su cuerpo cubierto de una especie de cerda. No vestía ropas.

_“Este es el invunche, le secreteó su novia, luego que pasaron a su lado, y le dijo algo a la creatura en esa lengua ininteligible y gutural que sonaba a catacumba. En este nuevo túnel había mejor iluminación y la música de javidea y cultrunca llegaba fuerte a sus oídos. Se aproximaron a una gran sala, remedando con ingenuidad, la suntuosidad de una corte o un palacio. Al parecer, nadie reparó de su presencia allí. Las mujeres se separaron por un momento para entregar sus comestibles. Las mesas estaban repletas de comida y bebida. Fredy trató de encontrar rostros conocidos, pero no halló vecinos. Parecía gente de otro mundo.

Volvió su novia y le tomó el brazo. Bailaron. Se pasearon entre los comensales que conversaban, reían y los saludaban con agrado cuando sus miradas se encontraban.

Llevaban no sabía cuántas horas allí dentro. Las luces, el bullicio, la muchedumbre yendo y viniendo lo mareaban como en una borrachera.

_Voy a salir un rato a tomar aire, le dijo a su novia.

_Hay una salida más corta, le indicó. No te demores que ya la fiesta se termina y tenemos que bailar todavía.

Sintió el aire húmedo del bosque. Por entre el follaje de los enormes coigües entraban las primeras luces del amanecer y se apagaban las pequeñas estrellas de la noche. Su cuerpo sintió un escalofrío. Su cerebro comenzó a despejarse. Ahora estaba despierto. Pero tras esa puerta -con ese monstruo y esa gente feliz- también estuvo despierto. Tomó el anillo de oro que su novia le regalara, “como compromiso y recuerdo de esta velada”, le había dicho.

Estaba muy confundido. ¿Qué hacía él en medio de los brujos?. Se tomó la cabeza con las dos manos y con gran sentimiento exclamó:

_ ¡Dios mío, Dios mío...! ¿qué es esto?

La sonajera de monte quebrado, de ruidos subterráneos, de chillidos... duraron los segundos suficientes para darse cuenta de su desinteligencia. Al mentar a Dios, todo se vino abajo, de un golpe seco. La tierra se había tragado el aquelarre.

Instintivamente se tomó el anillo que le había regalado su novia, pero ahora no era más que una pequeña lagartija que se desenredaba de entre sus dedos y se perdía entre el follaje del bosque.

 


Con la colaboración de Renato Cárdenas Alvarez. Reproducido con autorización del autor de "EL LIBRO DE LA MITOLOGíA historias, leyendas y creencias mágicas obtenidas de la tradición oral". Ed. Atelí. Chiloé, 1997.

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Última modificación de esta página 17-10-2020.

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