DICCIONARIO DE MITOS Y LEYENDAS

Creencias populares y santos milagrosos

  CULTO A SAN LA MUERTE

Estatuilla de San La Muerte esculpida en madera Lo encontramos predominantemente en la Provincia de Corrientes, y también en El Chaco, Misiones y Formosa. Su objeto es el de conseguir trabajo o de no perderlo; hallar cosas perdidas; obtener el amor de alguien, vengarse de un desaire, de una afrenta, de un mal recibido o por no ser correspondido afectivamente.

El culto es obviamente pagano, no existe San La Muerte en ningún Santoral, y no tiene fecha especial de celebración, si bien se suele conmemorar el Viernes Santo y el Día de Todos los Muertos.

Este culto como el de SAN CEOMO surgieron a posteriori de la expulsión de los jesuitas de sus misiones en el noreste de la Argentina y Paraguay en 1767, de ellos también derivan el Señor de la Paciencia, El Señor de La Columna o San Ceono que crearon los naturales de la zona ya sin la orientación dogmática de la Compañía de Jesús.

Se lo conoce también con los nombres de Señor de la Buena muerte, y Señor La Muerte. El amuleto que lo representa sólo tiene efectividad si se encuentra bendecido por un sacerdote católico, en una muestra de claro sincretismo.

Estatuilla de San La Muerte esculpida en hueso Acerca de la utilización del amuleto, José Miranda y Juan Pedemonte señalan que para lograr la bendición su dueño lo lleva escondido en la mano mientras le pide al sacerdote que bendiga una estampita, logrando la bendición de ambas cosas.

El paso posterior -agregan- es el de llevar el amuleto durante siete viernes seguidos a otras tantas iglesias. Luego ya se puede utilizar para lograr hacer un "mal" a alguna persona enemiga, a través de oraciones.
(Con la colaboración de J.A.Barrio)

 

De la Santa Misa a la Santa Mesa

La veneración de San La Muerte no es improvisada ni desprolija, aunque sí, diversa. Es un santo sin fecha fija, dado que en algunos sitios se lo celebra el 20 de agosto y en otros el 15 del mismo mes, e incluso se tiene noticia de que en algún lugar del sur de Brasil se festeja el 13. En cuanto a las celebraciones semanales, se encuentra aun más variedad; hay quienes lo "respetan" los días lunes, porque los lunes es el día de los difuntos y hay quienes lo hacen los días viernes, estableciendo alguna relación con la muerte de Cristo, que aconteció en dicho día. Dado que, como se verá, hay diversos motivos que ocasionan las súplicas, no faltan quienes asignan a los diferentes días de la semana un tema específico de ruego o pedido. De esta manera, el día lunes es el que corresponde a los pedidos de trabajo, y el viernes a los de amor. Para algunos investigadores, este hecho habla de la escasa vigencia de la institucionalización de una fecha; es de suponer, que es el tiempo el que irá homogeneizando los festejos hasta que el santo tenga una sola fecha y día de celebración.

Como en toda verdadera celebración o festejo, el clima festivo comienza mucho antes del momento específico del acontecimiento. En Barranqueras (Chaco), el 15 de agosto es el día del asado y el baile, de la música y las oraciones, en honor a San La Muerte. Esto sólo es así para el observador improvisado. En verdad, la fiesta es por el Santo pero para la gente, y comienza varios días antes, con la preparación del terreno, el armado del escenario, la cocina, las luces, el sonido, los adornos, el decorado, las velas de lujo, las flores, el ropaje especial del Santo y de los fieles, los carteles, la confección o encargo de las tortas, la contratación de las orquestas y de la policía8, y un sinnúmero de detalles desde los que no resulta difícil advertir que se trata de una verdadera fiesta. Fiesta que se organiza estrictamente con ofrendas, regalos y donaciones de fieles, promeseros, simpatizantes (ya sea del santo y/o de la persona encargada de él) e incluso de políticos.

En distintas ciudades del país -e incluso, de países limítrofes-, los días que anteceden al 15 de agosto conllevan la excitación propia de preparar un viaje, en algunos casos de varios cientos de kilómetros, con la finalidad de visitar al santo. Viajes que en muchos casos hacen las veces de peregrinación, ya sea de familias, de parejas, de gente que vino sola o de gente que lo está. Según Doña Porota Morínigo, propietaria de uno de los santuarios más conocidos de la zona de Resistencia (Chaco) en donde se venera al Santo, esas escenas se repiten año tras año, especial aunque no exclusivamente, los días 15 de agosto.

El almuerzo es un evento particular dentro del día de celebración. Es, por supuesto, la continuación de una mañana festiva, que ahora adquiere la forma de grandes mesas de tablas y chapas vestidas con manteles para la ocasión. Con lugares reservados para los más devotos, con invitaciones especiales para los fieles de cierta antigüedad, el almuerzo es un momento -tal vez el único- en donde se ejerce cierto control a la entrada del terreno, para que al menos en semejante día ningún comensal sufra escasez. Es un gran asado. "Dos vacas le han regalado", comenta Doña Porota, colocando -como siempre- a San La Muerte como el único homenajeado. Sin mucho que envidiarle a la misa, la mesa se transforma en un rito comunitario, festivo, en donde nunca falta el vino y los platos rara vez permanecen vacíos. Vino, asado, cumbia -a modo de canto gregoriano- de fondo; sin embargo, el rito nunca pierde el clima ceremonial, profundo, si se tolera, santo. La celebración no tiene, en general, un carácter de recogimiento, pero cada una de las personas que asisten entablan una relación particular con el Santo, que en algún momento -aunque breve- del día adquiere la forma de una oración introspectiva, sentida, honda. Es, quizás, el momento de mayor conexión entre el promesero y su santo; en la mayoría de los casos se trata de una oración hablada, improvisada, en donde se le mencionan al Santo -si esto vale, se le plantean- los problemas, los pedidos, los agradecimientos, y fundamentalmente, las promesas. Esta oración se realiza de rodillas frente al altar (en todos los casos pequeño y con un solo reclinatorio) y por lo tanto es de a uno por vez que los devotos se acercan a peticionar, luego de haber realizado una fila que en cierto horario alcanza una gran cantidad de personas.

Desde muy temprano hasta la madrugada del día siguiente, los fieles desfilan ante el altar dejando su limosna (que no siempre es dinero), y estableciendo este vínculo personal, exclusivo entre el santo y el promesero -dado que no ocurre nunca que dos personas se arrodillen al mismo tiempo-. En cuanto a la mecánica de funcionamiento, si no fuese que del otro lado no hay un sacerdote sino San La Muerte, podría decirse que se parece bastante a la mecánica de un confesionario tradicional católico. Los más tímidos, o los que pretenden permanecer más tiempo del que la caravana de fieles permite los días 15, visitan al Santo el día anterior, día en el que la menor concurrencia posibilita un encuentro prolongado y ante un público más acotado.

Pero no todas las oraciones son individuales. En dos momentos puntuales del día de celebración, uno a la mañana y el otro por la tarde, se reza el santo rosario, y es el único momento en el que se suspende el baile, la música, y la bebida. En el santuario de Doña Porota, ella y su rezadora permanecen dentro del pequeño santuario y la mayor parte de la gente acompaña -algunos más, otros menos- el rezo desde afuera. Luego del rosario, se reinicia el baile, la música y la bebida, como si nunca se hubiese suspendido. Si en estas capillas domésticas no se contase con la presencia de San La Muerte, un observador con cierto conocimiento religioso aseguraría estar en el domicilio de un sacerdote o de un cristiano practicante, o incluso fanático, dado que todas las imágenes (en estampas o estatuillas), cuadros, medallas, o cruces pertenecen a la simbología cristiana, más precisamente, a la católica. En el santuario de Doña Porota las cuatro paredes están adornadas con cuadros que expresan uno a uno los momentos de la Pasión de Cristo - como en muchas iglesias católicas-, además de las imágenes de San Cayetano, San Pantaleón, y las de las vírgenes de Itatí, Luján y San Nicolás, sólo por mencionar las que más se destacan. Abundan las cruces y los rosarios, cadenas con medallas de vírgenes y santos, y un Sagrado Corazón de Jesús que resalta por encima del resto.

Claro que no es este el caso. El observador caería en la cuenta de que se trata de una capilla particular, dado que todos los santos y vírgenes mencionados se ubican en los escalones inferiores del altar, y los principales lugares y -desde ya- el trono, son ocupados por San La Muerte, cuya principal imagen prácticamente no se puede divisar, dado que permanece dentro de un nicho de oro de aproximadamente 5 ó 7 centímetros, cubierto con cadenitas -también de oro-.

En la capilla y en todo el evento predomina el color rojo, "el color de la sangre de jesucristo", según Doña Porota. Rojas son las cintitas que penden de la torta, rojas la gran mayoría de las flores, rojo el altar, y rojas buena parte de las velas.

Estos colores forman parte de un conjunto de códigos visiblemente respetados entre los devotos. La colaboración, en cualquiera de sus formas, también: ella es precisamente el requisito básico para participar del acontecimiento. Esta puede ser económica o puede consistir en brindar algún servicio, o en aportar materiales o comida o infraestructura. Si reparamos –como le hemos hecho- en la relación individual que tiene lugar en el momento de la oración, relación entre el Santo y el promesero, debemos también resaltar la experiencia absolutamente colectiva que constituye la fiesta en donde el intercambio se produce bajo la forma del baile, el canto, y la mesa. Tres expresiones festivas que condensan un único espíritu comunitario. En torno al Santo se saben idénticos, esto es, saben que comparten esa identidad. Comulgan sin hostias y consagraciones en un ámbito que lo saben propio. Festejan sin ornamentos y jerarquías una santidad otorgada por la tradición. Esa es la autoridad que reconocen: su madre, su abuela, su bisabuela, ellas hacían lo mismo.

Oraciones a San La Muerte

Rezar es siempre un diálogo, y desde nuestro punto de vista, dicho intercambio nunca deja de ser también un diálogo con uno mismo. La notable variedad de promeseros y fieles de San La Muerte, sus diversos orígenes e historias personales y familiares, sus diferentes trayectorias religiosas y culturales, convierten el esfuerzo de analizar las oraciones en un ejercicio siempre inagotable.

Dado que algunos de ellos no tienen una sólida formación religiosa en ningún credo en particular, sino que podríamos definirlos como pertenecientes a un vago cristianismo ciertamente impreciso, en muchos casos ocurre que el rezo no es sino una conversación, en donde el creyente relata su situación, su angustia o problema particular –motivo del ruego- y luego realiza un pedido a cambio de una promesa. Rara vez se asiste a San La Muerte por el mero hecho de mantener mediante el rezo un vínculo sin propósitos particulares, es decir, como oración diaria o por rutina. En general, siempre existe una causa particular y bien concreta: la pérdida de un amante, el engaño de un amor, la solicitud de protección frente a un enemigo preciso, la cura de un determinado mal o enfermedad, en fin, en ese sentido, la oración a San La Muerte claramente no es una Ave María.

También abundan –desde ya- oraciones formales, con un texto determinado, pero a diferencia de otros santos, no existe una o dos sino más de una decena de oraciones a San La Muerte. Dicha variedad refuerza la idea comentada anteriormente, acerca de que se acude a San La Muerte por motivos concretos y con un fin o pedido particular. Existen prácticamente tantas oraciones como motivos para rezarle. De esta manera, entonces, encontramos oraciones para alguien que nos está dañando, para obtener el amor de una persona, para que regrese la persona amada, para conservar el amor actual, para castigar al marido o a la esposa infiel, para alejar los malos espíritus, etc…

De todas ellas sobresale una, a la que no haríamos mal en postular como la más difundida, que de alguna forma resume todos los favores de los que el Santo es capaz:

"San La Muerte, espíritu esquelético
Poderosísimo y fuerte por demás
Como de un Sansón es tu Majestad
Indispensable en el momento de peligro
Yo te invoco seguro de tu bondad.
Ruega a nuestro Dios Todopoderoso
De concederme todo lo que te pido.
Que se arrepienta por toda su vida
Al que daño o mal de ojo me hizo
Y que se vuelva contra él enseguida.
Para aquél que en amor me engaña
Pido que le hagas volver a mi
Y si desoye tu orden extraña
Buen Espíritu de la Muerte
Hazle sentir el poder de tu guadaña
En el juego y en los negocios
Mi abogado te nombro como el mejor
Y a todo aquel que contra mi se viene
Por siempre jamás hazlo perdedor
Oh! San La Muerte, mi ángel protector. Amén.

Aquí aparecen en una misma oración prácticamente todas sus posibilidades: sus dotes de protector, su capacidad para vengar una ofensa que nos hayan propinado, su poder para castigar con su poderosísima guadaña a quien en amor nos haya engañado, y sus virtudes de abogado y defensor en el juego y en los negocios.

Estas oraciones pueden ir acompañadas –aunque generalmente no lo están- de Ave Marías y Padrenuestros, e incluso de una decena del Rosario. De cualquier forma, resulta notorio que las oraciones a San La Muerte han sido construcciones populares en donde no ha mediado ninguna Institución, y ello se manifiesta no solamente en su estructura gramatical (que muchas veces dista de la gramática convencional) sino también en los temas que son motivo de las súplicas y el pedido concreto de realizar un daño, una venganza (hecho que no se encuentra en las oraciones del cristianismo). A San La Muerte puede uno pedirle, por ejemplo, dominar a otra persona de manera absoluta encargándole incluso al Santo tareas como las de molestar e inquietar hasta volverlo sumiso:

"Glorioso Señor de la Muerte: tu que fuiste aperseguido hasta tu destino que llegaste a ser la Muerte así lo pido Señor con tu divino poder tu le apersigas a (fulano), que se desquita, no lo has de dejar tranquilo en ningún momento, si anda en mi camino se detendrá a pensar, si está sentado estará molesto y si en la cama en que duerme se encuentre afligido pensando en mis horas felices; así te pido Señor que con tu poder todo sea convencido por los cuatro vientos del mundo. Fuerza no logrará y estará conmigo cuando yo lo llamo. Así sea la Muerte. Amén."
(Noya, Emilio: San La Muerte. El Litoral, Corrientes, Setiembre de 1968.).

"Señor de la Muerte, ruego que interceda por el amor de Dios y que le inquiete el alma que no tenga reposo, que no pueda dormir, que no pueda estar tranquilo en ningún lugar mientras no esté conmigo a mi lado. Señor de la Muerte, ayúdame con los milagros de Dios y el poder que te ha dado y conseguir lo que yo quiero y dominarle como yo quiero. Protector mío, amén, Jesús"
(Cerrutti, Raúl: San La Muerte. En Selecciones folklóricas. Códex, Año 1, Nro. 5. Buenos Aires, Octubre de 1965.).

San La Muerte es el cómplice perfecto para una venganza, porque "él es el más justo". La célebre diferencia entre venganza y justicia que establecía Hegel en sus Fundamentos para la Filosofía del Derecho hacia 1821 no tiene aquí lugar. Para el gran filósofo de Prusia la venganza reclama una reivindicación o una restitución de un determinado derecho que en realidad sólo existe "en sí". Es por ello, que se trata de una lesión particular que se ve restituida también particularmente, pero no es justa en sí misma. Es la existencia de la ley (manifestación concreta de aquél derecho "en sí") la que permite el salto cualitativo de venganza a justicia, dado que al estar siempre referida al universal, una vez que el derecho abstracto asume la forma de ley "en vez de lo particular vulnerado emerge lo universal vulnerado".

Hegel encontraba allí el fundamento filosófico de la ley, que garantiza que toda lesión a un particular constituye al mismo tiempo una lesión al universal. Quien obre en contra de un particular obra al mismo tiempo en contra de la ley, del universal, y por lo tanto, el derecho a restituir no es el derecho individual sino el colectivo, no habría lugar entonces ya para la venganza sino que sería el turno de la justicia. La mención de esta famosa distinción de Hegel cobra aun más sentido si se considera que en la base –al menos formal- del derecho moderno actual se encuentra siempre esta misma fundamentación –o una de carácter similar- legitimando el accionar de la Justicia y el cumplimiento de la pena o castigo.

El devoto de San La Muerte no vive esta distinción. La venganza, que de todas formas incluso en Hegel puede ser vista -aunque no justa– como una forma elemental, rudimentaria o precaria de justicia, es aquí totalmente justa, y la justicia reclama venganza.

"Oh, Santo Espíritu. Esqueleto poderosísimo, fuerte valor más que un Sanson. Majestad insuplicable del momento de peligro y la justicia con Fe buena de Dios Todopoderoso de hacerme lo que pido: que (fulano) se arrepienta y sufra todo minuto seguido, horas, días, semanas, meses y años de su vida, que no pueda trabajar tranquilo, que esté siempre pensando en la injusticia en mi y por mi eternamente castigado por ese Espíritu Santo Esqueleto poderosísimo al espíritu de (fulano) te pido de Dios Todopoderoso darme un buen pensamiento. Señor de la Buena Muerte le tomo como abogado. Largue la guadaña, tráigame a mi lado sin capricho, sin adulo, tu que eres el poseedor de los espíritus del mundo, así también me valgo de tus milagrosas manos. Amén".
(Cerrutti, 1965).

"Cristo es Dios milagroso padre de San Alejo y el Señor de la Muerte antepongo toda mi esperanza para cumplir mi deseo así como conseguiste ser Cristo de Gran Poder mérito, así te ruego me acompañe a conseguir la amistad de (fulano) para verlo rendido en la puerta de mi casa, que me quiera a mi sola de todo corazón, que no me olvide ningún momento, que me pida perdón llorando de día, que no pueda comer de noche, que no pueda dormir, que le de una desesperación en término de tres horas y tres minutos, Cristo es Dios milagroso por todos los siglos de los siglos amén"
(Referencia Señora de Quili, citado en Miranda Borelli, José: San La Muerte. Un mito regional del nordeste. Facultad de Humanidades.
Resistencia, Chaco, 1976.).

Casi siempre, las oraciones implican la mención de la persona en cuestión. Pronunciar el nombre cobra en las oraciones un lugar importante que refuerza aun más la particularidad de las mismas. No se reza por generalidades, no se pide por la paz mundial, o por la pobreza abstracta. No se reza por el amor en general, sino por fulano que se ha ido o por mengano que no ha llegado. Además, no se le pide que lo persuada, o lo convenza, sino que directamente lo traiga y lo haga sumiso, servil, que le brinde adoración.

"Santo Espíritu Esqueleto de la Buena Muerte Grande y poderoso más que un Sansón, su majestad inexplicable; en todo momento de peligro y de justicia yo te pido por Dios Todopoderoso para que hagas alcanzar para que mi amado (fulano) no pueda amar a ninguna mujer soltera, casada, ni prostituta que esté siempre pensando y soñando por mi y en mi castígalo a este espíritu, Santo Espíritu Esqueleto de la Buena Muerte, al espíritu de mi amado larga tus guadañas tráemelo a mi lado sin capricho sin que yo lo adule, tu que eres el poderoso de los vivos y de los muertos yo también me valgo por tus milagrosísimas manos, Amén"
Tres Padrenuestro (Referencia Señora de Quili, citado en Miranda Borelli, 1976).

"Poderoso Señor La Muerte así conforme Dios te ha dado el gran poder y mérito de conquistar el corazón de la persona amada así también te pido Señor de la Muerte para que me acompañes a conquistar el corazón de (fulano) que ese hombre o esa magestad me quiera, me adore, y me tenga en cuenta y que no me muestre una cosa que no es. Destando de gusto de él o de ella y para mi eso sería la mayor satisfacción y no hallaré otro mayor consuelo ni otra mayor alegría que conseguir lo que deseo, la amistad de esa persona, y que no tenga revés ni derecho; Señor de la Muerte una vez que usted me haga ese favor estaré a sus órdenes, ahora y siempre y en todo momento y gracias por todo a Dios".
Tres Padrenuestro (Referencia Señora de Quili, Idem).

Cuestión de imagen

La Iglesia Católica debe seguramente tener varias aptitudes que la caracterizan. Una de ellas, a nuestro juicio, es su enorme capacidad de acomodarse frente a un escenario que considera definitivamente irrevertible.

Frente al culto de San La Muerte, la Iglesia ha asumido una posición que, como en otros casos, acude a cierta hipocresía consistente en, por un lado, negar su validez y condenar el culto como una herejía supersticiosa, y por el otro lado, aceptarlo en la práctica como una forma más de religiosidad popular, bendiciendo sus capillas, sus estampas, e incluso, a sus seguidores. Estas últimas actividades las realiza en silencio, camufladamente, incluso a veces, escondiendo al santo debajo de una almohadilla sobre la cual hay una cruz u otro símbolo propio de la simbología cristiana. Saben los sacerdotes católicos que están bendiciendo a San La Muerte; es más, algunos de ellos, especialmente los que han sido criados en Resistencia y/o en Corrientes creen en San La Muerte dado que lo conocen desde pequeños, le han rezado y aún le rezan, pero son conscientes de que participan de una Institución que los obliga a, al menos externamente, negar su propiedad.

"Todos creen pero sólo algunos pueden decirlo", es una conclusión que por su carácter tajante y definitivo seguramente encuentra válidas resistencias, pero que, con ciertos reparos y permitiendo alguna incorregible imprecisión no es del todo desacertada para dar cuenta de lo que aquí queremos decir. Creen los que lo respetan y rezan, así como también creen los que le temen y le huyen, creen los cristianos que van al templo con su San La Muerte debajo de una almohadilla, pero creen también muchos sacerdotes que bendicen al mismo tiempo el pretexto –ya sea una cruz, o un santo oficial- que se exhibe en la superficie de la almohadilla y el texto, el San La Muerte que permanece oculto debajo de la almohadilla. Creen los chaqueños que le rinden culto público con fiestas y asados y procesiones si hace falta, pero creen también los correntinos que lo tienen en sus altares domésticos, o lo llevan consigo debajo de alguna prenda.

Lejos de parecérsele, la cercana Corrientes es una provincia que se encuentra en las antípodas del Chaco. Grandes latifundios que en algunos casos llegan incluso hasta el medio millón de hectáreas, y menos de diez familias que se alzaron como propietarias de las tierras que se distribuyeron al finalizar la ocupación jesuítica. La estructura feudal de la provincia se ha mantenido hasta el día de hoy sin significativas variaciones. Durante mucho tiempo, por ejemplo, el habitante del interior de la provincia de Corrientes no tuvo noticia de la existencia del dinero dado que anotaba en una libreta lo que compraba en las despensas de los terratenientes; y, por dar un segundo ejemplo, el correntino se enteraba de que había votaciones por las bombas que festejaban resultados de urnas que no albergaban ningún secreto. Este pasado, que aun no ha dejado del todo de ser presente, ha incidido fuertemente en la conformación de la idiosincracia correntina, que tiene que ver más con la represión que con la libertad, con la paciencia más que con la acción, con la resignación más que con la rebeldía.

Frente al culto de San La Muerte, el obispo de Corrientes decidió excomulgar a quienes lo practicasen. Es por eso que allí no se encuentran santuarios públicos, ni se realizan procesiones o actos de ningún tipo, sino que el culto se repliega sobre los hogares: como toda costumbre o creencia que se reprime, San La Muerte permanece junto al Gauchito Gil en los altares domésticos, en las mesas de luz, en los portadocumentos, en las agendas, etc…

El correntino, entonces, anda con su San La Muerte o acude a él cotidianamente, pero debe hacerlo privadamente, en su domicilio o en cualquier sitio en donde esté garantizada la imposibilidad de la sanción de los gendarmes morales de la provincia. El chaqueño, en cambio, puede practicar sin mayores objeciones su culto, y lo hace públicamente, colectivamente, sin hacerse eco de prohibiciones religiosas o eventuales sanciones. Basta que para él no sea inmoral, basta que para él tenga sentido, luego lo que opine o piense el resto lo tiene bastante sin cuidado. Obviamente, ese "él" no es un individuo, sino un colectivo. Que el resto crea o deje de creer, que lo aplauda o lo sancione, podrá tener consecuencias en otros ámbitos pero la propia creencia no se inmuta.

Extracto del trabajo de Sebastian Carassai "Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte. El santo non santo. Meditaciones en torno a San La Muerte"
Ponencia presentada en las X Jornadas sobre Alternativas Religiosas en Latinoamérica, 3 al 6 de octubre de 2000

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Última modificación de esta página 17-10-2020.

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